
Él me llamó Malala
Hace una semana tuve la oportunidad de ver en primicia la peli documental sobre la activisita pakistaní y premio Nobel de la Paz en 2014 Malala Yousafzai.
Un film emotivo, crudo en muchos momentos pero motivador, que principalmente se centra en el papel que jugó su padre, el educador y también activista pakistaní Ziauddin Yousafzai en la formación de su hija.
Todo empezó la tarde del 9 de octubre de 2012, cuando Malala Yousafzai, que tenía 15 años, fue a la escuela como cada día, pero esta vez fue sorprendida por un grupo de talibanes que le dispararon a bocajarro en la cabeza y el cuello, dejándola al borde de la muerte.
Aunque a simple vista no tenga nada que ver… a mi me remitió en algunos aspectos a Persépolis de Marjane Satrapi. Principalmente por la lucha subyacente y por que es una mujer quien a pesar de lo que se espera de ella es capaz de romper contra todo convencionalismo. Sin embargo, la diferencia abismal es que Malala pone en peligro su vida para ayudar a las mujeres, convirtiéndose sin darse cuenta en una auténtica heroina (actualmente de tan solo 18 años), líder de una campaña global en favor de la educación de las mujeres. Ahí es nada.
La cinta, como os adelantaba, tiene momentos muy emotivos, en los que se muestra todo lo que esta niña ha sufrido y sufre por tal de llevar a cabo su cometido. No siente odio, no tiene rencor, solo tiene claro cual es su objetivo y va a por él con ahínco y determinación. Un ejemplo a seguir en toda regla, a pesar de que pocos de nosotros estaría dispuesto a exponerse de tal manera y como consecuencia sufrir la ira de sus rivales. Recordemos de nuevo que en 2012 fue tiroteada por los talibanes al defender en público la escolarización de las niñas.
No estoy enfadada (con quienes me atacaron) porque creo que debes tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti. Yo quiero que la gente me trate con paz, amabilidad y respeto, y ese es el modo como trataré a los demás.
La verdad es que es alucinante que una niña tenga tal determinación y sea capaz de mantener una conversación con un presidente o un rey, de la misma manera que luego está en su casa jugando con sus hermanos como hace cualquier adolescente de su edad. Lo cierto es que la madurez y fortaleza de Malala es asombrosa y buena culpa de ello la tiene su padre.
Él me enseñó a levantar la voz cuando hay injusticias en la sociedad, cuando vetan la entrada de las mujeres al mercado y a las niñas a la escuela. Él nunca se ha callado y eso me ha inspirado, aunque nunca me ha forzado a ser como soy.
Otro de los atributos que sorprenden de Malala es su humildad. E insisto en este tipo de valores por la edad que tiene. Es muy complicado saltarse ciertas etapas, pero ella tiene claro cual es su destino y no pierde el tiempo lamentándose o distrayéndose en otros menesteres. Es una niña con una mente adulta, muy obstinada, ambiciosa, muy buena persona y con la personalidad y la inteligencia de un líder. Y además cuenta con unos progenitores que apoyan y comparten su causa.
Todo esto y más queda reflejado por Davis Guggenheim, director de Él me llamó Malala, a través de un recorrido ejemplar, intercalado por deliciosas secuencias de animación de trazo pictórico, por la vida de esta luchadora, pero sin llegar a endiosarla, algo complicado teniendo en cuenta todo lo que esta niña ha hecho, sufrido y conseguido. El relato es certero y no recurre a recursos lacrimógenos artificiales. No es necesario. Se ciñe a los hechos y eso la hace mejor si cabe.
Sin más, Él me llamó Malala es una película imprescindible, conmovedora a más no poder, pero sin extra de edulcorante. Un viaje fascinante de la mano del gran Davis Guggenheim por el deambular vital de una adolescente que se enfrenta al miedo y se arriesga hasta las últimas consecuencias con tal de mejorar la vida de millones de mujeres. Huele a Oscar.
Quiero hacer algo por la educación, ese es mi único deseo.
(*) Fotografía de archivo (2013) de Malala Yousafzai AFP AFP PHOTO/PAUL ELLIS/FILES
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